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p align=justifyspan style=font-family:Verdana;font-size:large;1. «Aquí estoy, mándame»./span/p
p align=justifyspan style=font-family:Verdana;font-size:large;Todos los textos hablan hoy de elección. Ciertamente se nos presentan grandes personajes, pero como ejemplos para otros menos vistosos: pues todo creyente es un elegido de Dios para una tarea concreta. En la primera lectura aparece la elección más solemne de la Antigua Alianza: la visión de Isaías, que contempla al Señor sentado sobre un trono alto y excelso, con la orla de su manto llenando el templo humeante y rodeado por el canto de alabanza de los serafines, debe hacerle retroceder de puro miedo: «¡Ay de mí, estoy perdido!». En realidad la misión comienza siempre con la experiencia de la distancia absoluta, de la indignidad total. Después un serafín enviado por Dios vuela hacia el asustado profeta con un ascua en la mano, con la que toca sus labios temblorosos y los purifica: «Está perdonado tu pecado». No te obstines en tu indignidad. Y entonces interviene Dios, no para transmitir una orden sino para hacer una pregunta: «¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?». Ahora ya no hay más reflexión sobre la dignidad o indignidad del elegido, sino que simplemente se contesta: Dios tiene necesidad de alguien; por eso: «Aquí estoy, mándame»./span/p
p align=justifyspan style=font-family:Verdana;font-size:large;2 . «Desde ahora, serás pescador de hombres»./span/p
p align=justifyspan style=font-family:Verdana;font-size:large;Exactamente lo mismo sucede en el evangelio con la elección de Pedro. La única diferencia es que aquí la visión de la omnipotencia, de la absoluta superioridad de Jesús, está precedida de un acto de obediencia del hombre que ha oído ya la predicación de Jesús y ha quedado impresionado por ella. En contra de lo que le dice su experiencia de pescador, Pedro obedece la orden de echar las redes para pescar. Pero entonces se repite la experiencia de la distancia insuperable: en Isaías: «¡Ay de mí, estoy perdido!»; en el caso de Pedro: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador». Ninguna misión auténtica puede renunciar a la experiencia de la distancia entre yo y Dios -y la misión procede de Dios-. Sólo en este vacío de la distancia da Jesús a Pedro la misión de ser pescador de hombres. Y esto eliminando el miedo, que sólo sería un obstáculo para el cumplimiento de la misma. El «no temas» se repite en todas las misiones, incluso en la de María, que se siente ante Dios como la humilde «esclava» antes de proclamar que el Señor «ha hecho obras grandes por mí». La misión de ser pescador de hombres es para Pedro tan desproporcionada con respecto a su yo, que el miedo no tendría ya ningún sentido. Aquí sólo cabe obedecer en silencio: «Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron» ./span/p
p align=justifyspan style=font-family:Verdana;font-size:large;3 Por último, como un aborto, se me apareció también a mí./span/p
p align=justifyspan style=font-family:Verdana;font-size:large;Y ahora, en la segunda lectura, aparece Pablo, quien como perseguidor de la Iglesia tiene razones más que sobradas para subrayar el hiato entre su persona y su misión: «Soy el menor de los apóstoles, y no soy digno de llamarme apóstol». Su misión era, más que otras, un acto de violencia de Dios: cerca de Damasco, de repente, un relámpago lo envolvió con su resplandor y cayó a tierra, quedándose ciego, pues, al igual que Isaías, había contemplado al Señor en su gloria celeste y hubo de ser llevado hasta la ciudad de la mano, como un ciego. La misión en este caso no se da personalmente (para humillación del enviado), sino de manera brusca y por medio de otro: «Entra en la ciudad y allí te dirán lo que tienes que hacer». Y más brusco es aún lo que se dice al mediador, Ananías: «Yo le enseñaré lo que tiene que sufrir por mi nombre». Semejantes humillaciones acompañarán a Pablo a lo largo de toda su trayectoria misionera: será tratado como «la basura del mundo, como el desecho de la humanidad» (1 Co 4,13). Y como si esto no fuera suficiente, se añade un castigo especial de Dios: las bofetadas del emisario de Satanás «para que no tenga soberbia» (2 Co 12,7s.); el apóstol pedirá tres veces al Señor verse libre de él, pero se le contestará: «Te basta con mi gracia». Cuando Pablo afirma en la segunda lectura haber trabajado más que todos, debe añadir enseguida: «No he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo»/span/p
p align=rightspan style=font-family:Verdana;font-size:large;HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 226 s./span/p
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